martes, 27 de mayo de 2008

Los muchachos del Parque Rivadavia

(Este es el trabajo etongrafico que hicimos con Ezequiel observando a "los viejos conocidos del Parque Rivadavia")

Lunes, 15 hs, Parque Rivadavia.

En el fondo del parque Rivadavia, allí cerca de la calesita, se encuentran alrededor de 20 hombres entre 60 y 80 años. En este sector se hayan 3 mesas, en la primera se juega a la canasta, en la segunda al domino y en la tercera… nosotros.

“Estas hecho mierda eh”, bromean entre ellos. El tema es que para el caso, todos estaban “hechos mierda”. Cada dos palabras, un tosido. Así era la dinámica de las charlas.

- Como perdieron (cof, cof) con San Lorenzo.

- Pero cállate (cof, cof), pecho frió.

Luego logramos ver otro factor intervenía y cambiaba el ritmo de las conversaciones: ya no solamente era palabra-tosido, palabra-tosido, ahora, pasaba a ser palabra-tosido-escupida, palabra-tosido-escupida.

Entonces, entre palabras, tosidos y escupidas, los señores con su camisa, boina y pantalón hasta el ombligo, jugaban y jugaban al domino y a la canasta.

Deportes aburridos si los hay diría usted. En realidad, ¿quién podría llamarlos deportes, no? Pero para estos viejitos, el domino por ejemplo, era un juego apasionante donde no se puede dar un paso errado porque recibís el grito de tu compañero y de todos los que están mirando. Y esto es interesante remarcar, como bien dijimos, había no menos de 20 personas en esas 2 mesas, mientras solamente juegan 4 en cada una de ellas. ¿Que hacen los demás entonces? Observan el encuentro. Del mismo modo que la gente ve un partido de fútbol, aquí, 15 viejitos ven como sus compañeros juegan al domino. Como también ocurre en el fútbol, cada uno de los espectadores opina sobre las jugadas hechas, como si ellos supieran exactamente la jugada que hay q hacer para ganar el partido. Y entonces, se escucha:


- “Tenias que poner Pito che”

- “Como no te diste cuenta”

Críticas van, críticas vienen, los muchachos se entretienen como diría la canción. Y así es. El compañero se lo hecha en cara y los de afuera avalan con un “tiene razón José, te equivocaste”. Responde con silencio el culpable que no puso “pito” e hizo perder el partido. Entonces ahí se levantan y entran otros 2, a competir contra los ganadores. El Parque Rivadavia dejó de ser un mero centro recreativo de barrio, para convertirse en “Sede oficial del Torneo de Juegos de Mesa”.

Así transcurre toda la tarde. Juegan al domino, tosen, charlan, escupen, toman café. Toman café, y es aquí otro elemento interesante a señalar. Entre medio de la mesa de canasta y de domino se encuentra parado un carrito de café toda la tarde. ¿Donde esta el cafetero? Sentando con los viejitos. Charlando, tosiendo, discutiendo, escupiendo, sirviendo café de vez en cuando y como no podía ser de otra manera, opinando.

De vez en cuando alguno de los viejitos se va, dice adiós y se marcha ante un “quédate que te damos la revancha che”. Pero no se va a su casa, no señor. Se dirige a las mesas del otro lado de los puestos, donde gente mas joven (40, 50 años) juegan al domino, ajedrez y truco. Entonces algunos van, se quedan mirando como juegan, en algún caso se suman a jugar, y luego vuelven a su antigua mesa.

Pasando los minutos cada vez hay mas gente en las mesas, cada 2 minutos cae otro señor más (“¿Qué haces Enrique?”), se suma a la multitud a mirar el partido, y una vez adentro se propone para entrar a jugar luego con un compañero, como un “hay equipo” en las canchitas de barrio. Van y vienen, mas vienen que van, así toda la tarde. Y las que también van y vienen constantemente son las chicas. Las chicas de su edad pasan completamente desapercibidas, pero las chicas jóvenes… “¡qué chicas!” diría más de uno, levantando la mirada para apreciar las esbeltas figuras. Cada vez que una joven se cruza por delante de ellos los de afuera se rompen el cuello para observar como se va. No puede faltar un leve silbido, o una pequeña broma al respecto, pero el caso es que terminan con los ojos caídos y la boca casi abierta ante cada paso veloz de una joven. Esto cabe para los de afuera, los cuatro que están jugando… ni enterados. Concentrados en su juego, pensando la próxima jugada, se mantienen con la cabeza gacha mirando como se arman las fichas sobre la manta naranja. Y no sólo las mujeres pasan a su alrededor: hombres en traje, chicos corriendo o en bicicleta, los colectivos de fondo, y nada. Ellos nadan. Ni se enteran de la realidad que los rodea. Encerrados en sus tableros y metidos en sus partidos, pareciera que el mundo se redujera a ese partido de dominó que están llevando a cabo. Ni bosinazos, ni bebés llorando, ni gritos ni nada, tan sólo:

-“¡Doblate al 5”

- “5 y 4…y bueno queda el 5 y 5”

Así son “Los Muchachos del Parque Rivadavia”. Un grupo simple. Con códigos propios como todo grupo, con cosas que se permiten, con cosas que no, con gente que viene siempre y con gente que no viene casi nunca. Con sus tosidos, con sus bromas, con sus escupitajos, con sus chicas, con su canasta y su domino, juegos preciados que son a la vez medio y fin para estar entre amigos, tomar un café, toser, bromear, escupir y pasar un buen rato juntos.

domingo, 11 de mayo de 2008

La caída de una estrella

- ¡Suéltenme, cerdos capitalistas! ¡Represores del Estado! ¡Malditos italianos! No tienen idea de lo que hacen. No entienden nada. No saben lo que están generando. ¡Déjenme salir!

Esto no puede estar pasando. Qué es lo que estoy haciendo acá. Alguien me tiene que escuchar. Pero estos estúpidos no entienden una palabra de lo que les digo. Otra vez no, la cárcel otra vez, no. No podría aguantar otro año más ahí dentro. De ese lugar no se vuelve. Qué ciertas eran las palabras de Foucault al afirmar que el sistema carcelario no te reinserta, sino que te excluye cada vez más. No puedo volver a una celda. No sería capaz de soportarlo. Pero, ¿qué puedo hacer? Pierluigi está muerto, y Julie es buscada por toda la policía francesa. Sólo puedo confiar en el resto, pero… ¿Qué soy para ellos? Lo único que debía hacer era cumplir mi misión y fallé. Me lo merezco.

Parecía tan fácil. ¡Antonie traidor! Cómo pudiste hacernos esto. Teníamos la revolución en nuestras manos. Por fin el mundo se daría cuenta que este sistema no puede seguir gobernando y comprendería la necesidad del cambio socialista. Qué cerca estuvimos. La historia se vuelve a repetir. El muro se ha vuelto a desmembrar.

Y ustedes. Simples marionetas de este Estado oligarca y anti-popular. ¿Qué les pasa? No ven acaso la miseria a su alrededor. Xenófobos. Siempre han actuado de la misma forma. Reprimiendo al diferente. Primero mataron a miles de judíos y ahora yo, un simple uruguayo, un pobre Sudaca. ¡¿No se dan cuenta que acaban de terminar con la última esperanza de revolucionar este mundo corroído por el dinero y la ambición?! Lamentablemente este es el destino que siempre les ha tocado vivir a los intelectuales activistas como yo.
¿Qué queda de mí ahora? Sé que de esta no puedo salir. Y mi estado de ilegal, no ayuda mucho tampoco. Alguien que me ayude por favor. ¡Sáquenme de acá! No me queda otra más que aceptar mi destino. No tengo familia, mi novia está prófuga de la ley, mis amigos se han olvidado de mí.

Lo único que tengo son mis ideales. Pero ahora de qué me sirven. Qué iluso, querer cambiar al mundo. En qué estaba pensando. ¿A quién se le ocurre semejante estupidez? Mira ahora donde estoy. Lo último que me quedan son mis sueños rotos, mis ideas cuestionadas y mi esperanza desecha. Dentro de unos minutos pasaré a ser, por el resto de mi vida, un simple número en las estadísticas, un chivo expiatorio, una promesa sin cumplir, la escoria de la sociedad, seré aquel ejemplo de lo que no hay que hacer, aquel miedo que despierta en las personas y que hace que se mantenga como simple peones, inertes, como engranajes indistinguibles uno de otros. Dentro de unos minutos seré un nuevo convicto y nada puedo hacer para cambiar mi destino. Ya no hay vuelta atrás, ya nada puedo cambiar. Tenemos lo que nos merecemos.

El sueño se ha vuelto a romper.

¿Y ahora qué?

Se fue, si. Se ha ido. ¿Cuál será su verdadero rumbo? ¿Hacia dónde se dirigirá verdaderamente? ¡Cómo lo odio! ¡Qué estúpida! Cómo deje que se fuera sin que prometiera volver a verme. Yo siempre tan fría, tan orgullosa… y ahora, ahora no está.

Y vos. Con tus mapas, tus libros, tus historias de lugares tan lejanos. Y el dinero, cómo te ha cegado todos estos años. Pero no importaba, yo te ame, te amo y siempre te amaré. Se que no fui una esposa muy afectiva. Nunca lograste descubrir todo mi amor. Pero vos… siempre en tu mundo, en tus viajes.

¡Ay! ¡Qué dolor que siento en mi pecho! Dios, ¿qué es esto que me pasa? Mi corazón parece haberse ido contigo, amado esposo. No siento nada y a la vez sufro un gran vacío. Todavía alcanzo a ver el barco y ya te siento tan distante.

¿Qué haré ahora de mi vida sin ti? Ni nuestros hijos podrán compensar el hueco que has dejado. Mis mañanas, mis tardes y noches no volverán a ser lo mismo. ¡¿Cómo haré para soportar este dolor?! Dios, si realmente estás ahí, ayúdame. Aleja de mi este pesar. Sólo la paciente Penélope, podría llegar a comprender mi dolor. ¡Yo te esperaré Ulises!

Aquí estaré. Me haré cargo de tus hijos y de tu tierra. Los educaré y les hablaré de ti. Si, eso voy hacer. Ellos conocerán el honrado padre que han tenido… que tienen. Y a tu regreso, enorme será tu sorpresa al verlos con esposa, dinero e hijos. Ay amor, como ansío tu regreso. El desgraciado tiempo pareciera burlarse de mí deteniendo sus agujas. Ahí vas, y aquí esperaré. Será tu amor el que me mantenga de pie.

Adiós esposo mío. Se que mi amor te traerá de vuelta a casa. Adiós mi amor.

"En soledad"

El asombro y la sorpresa lo invaden. Pero a la vez un miedo aterrador - ¿Dónde estoy? La tormenta se llevó todo, incluso mi tripulación. Anoche peleando por mi vida, y hoy…hoy estoy en una isla que parece estar totalmente desierta. Esto no puede ser, este lugar no aparece en ninguno de los mapas. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es este lugar? ¡Dónde estoy! - Grita este mercader, casi sin esperanzas de alguna respuesta.

- ¿Será esta la isla de las riquezas? ¿Será esta la Isla Ratatouille? ¿Será cierto lo que dicen de ella? Recuerdo que un hombre, que no se encontraba en su sano juicio, me hablo de ella. Montañas de oro, paisajes asombrosos, ríos de dinero, comidas exóticas (con tan sólo un bocado podría saciarse el hambre de toda una semana). La fortuna del mundo entero se alberga en este lugar. “Allí donde los mares son innavegables, donde los barcos se convierten en juguetes de los dioses que manejan a su antojo. Allí es, en el fin del mundo. Pero sólo los hombres buenos y honorables son capaces de sobrevivir” Yo soy un buen hombre, así que no tendré ningún problema.- Entonces una alegría intensa invade su ser. De repente todo ese miedo se había canalizado en la pequeña ilusión de que se encontrara en la isla de las riquezas. Finalmente, el fervoroso deseo de conseguir aquel tesoro y su insaciable avaricia lo conducen a adentrarse en la frondosa y peligrosa selva que tenía frente a sus ojos.

Sin dirección alguna empieza a caminar, sólo veía árboles a su alrededor. Ceibas, araucarias, sauces, pero ni un solo ruido. Se encontraba solo, en un lugar que no conocía y en completo silencio. Alcanzaba a ver solamente plantas y árboles. - ¡¿Acaso no hay un maldito animal en esta isla?! ¡Hey! ¿Nadie me escucha, acaso? - Un rotundo silencio respondió sus gritos. Después de horas y horas de caminar lo único que alcanzaba a observar eran árboles y más plantas. El hambre comenzaba rugir en su estómago y no aparecía ningún manjar de los que tanto había oído hablar. -¡Ese viejo me mintió! Acá no hay nada. Sólo árboles.-

De repente, una luz al fondo del camino. Era el final de la selva. Por fin iba poder disfrutar de todas las maravillas que le habían hablado. Comienza, atraviesa el último árbol… y ahí está. Una pradera hermosa. Unos pastizales verdes como nunca antes había visto, animales por doquier, una inmensa laguna. Todo tal cual se lo imaginaba tal vez mejor - Ninguno de mis sueños logra siquiera asemejarse a semejante maravilla -. Con una emoción inexplicable, se lanza al encuentro con ese paraíso. Pero al dar el primer paso, cae repentinamente en un profundo agujero del cual es imposible su escape.

Para su suerte, el pozo en el que cayó era la puerta a una cueva hacia un tesoro. Invadido por la curiosidad, comenzó a caminar sin titubear. – ¿Hacia dónde conducirá esto? – Luego de algunos minutos, llegó al final del camino. Se encontró frente a dos cofres. Sobre cada uno había un cartel. Uno de ellos decía: “podrás saciar el hambre de toda la humanidad”. Y sobre el otro: “las riquezas del mundo entero podrás poseer”.

La duda lo atormenta, - ¿Qué cosas guardará cada cofre? – piensa. Después de un largo rato de meditar, y fiel a sus codiciosos deseos de seguir acumulando riquezas, elige el segundo cofre. Se acerca a él y lo abre. Dentro encuentra una nota que dice: “La riqueza no radica en lo individual, sino en lo grupal. Tu egoísmo y avaricia te condenarán por toda la eternidad”. Instantáneamente, una vez que termino de leer esas palabras, el piso se derrumbó y nuevamente, el mercader volvió a caer en un pozo. Pero esta vez no pudo volver a salir.

Escaza contundencia

Si digo que soy un gran escritor, que mi vida se ha caracterizado por grandes producciones literarias, que los personajes de mis escritos han sido protagonistas de grandes aventuras, no estaría siendo muy franco conmigo mismo. No honesto de mi parte asumir un rol que muy pocas veces tuve la posibilidad ejercer. Tampoco mi lector necesita de una gran experiencia para dar fe sobre lo que estoy afirmando.

Siempre me ha tocado desempeñar el papel de lector. He admirado a lo largo de mi vida a esos genios de la tinta y el papel. Su enorme capacidad de resumir en palabras el sinfín de sentimientos de sus personajes. Cómo su ilimitada imaginación podía transportarme hacia otros tiempos y lugares. Pero es hasta ahí donde llega mi función dentro de la literatura. He sabido apreciar tanto a la mayoría de los libros que lo leí largo de mi vida, que cualquier producción que pueda llegar a realizar, sería una falta de respeto a las grandes historias de amor de Gabriel García Márquez, a los Poemas de Pablo Neruda, o a las reflexiones de Eduardo Galeano. Es por eso que más que por alguna tarea escolar, no he tenido la posibilidad de escribir grandes obras.

A decir verdad, existen algunos textos que alimentan mi ego. Participo en una revista interna de un oratorio al que asisto, en donde he escrito varias notas que despertaron cierta admiración por parte de varios compañeros. Tanto la denuncia como la reflexión han sido temas claves en mis columnas. Las injusticias dentro y fuera de la institución en la cual se desempeña esta actividad, generaron en mí la necesidad de hacerlas públicas, comunes a todos. Lo cual tuvo como respuesta, amenazas de clausura de nuestra revista en algunas oportunidades.

Si bien no es mucho, se puede decir que mi “trayectoria” como escritor se remite a los “textos periodísticos”, dejándole a los verdaderos expertos la posibilidad de elevar el lenguaje, como menciona Aristóteles en sus escritos.

¿Por donde empezar?

Desde muy chico siempre me ha gustado leer. Si bien los libros son una gran parte de mi vida, no puedo decir que todos ellos han sido grandes aciertos. Hubo muchas decepciones, pero a la vez, grandes obras literarias. Me es difícil poder quedarme con tan sólo uno de ellos. Pero en realidad, existe un libro que realmente fue determinante. “El mercader de Venecia” despertó en mí una serie de sentimientos que nunca antes había vivido.

Recuerdo que era lectura obligatoria para el colegio, cosa que no me agradaba del todo. Sin ganas y por obligación comencé a leer. Y entonces algo inesperado sucedió. Sin darme cuenta, al cabo de algunos minutos, había finalizado el primer acto. Jamás me había pasado algo parecido con un libro. Mi interés fue tal que no pude interrumpir mi lectura hasta terminarlo por completo.

Si bien en la historia aparecen bastantes personajes, y cada uno con sus características determinadas, el judío Shylock captó particularmente mi atención. Ese odio desenfrenado por Antonio, un mercader cristiano que recurrió a sus servicios en busca de un préstamo, que se le hizo imposible pagar. Lleno de prepotencia y arrogancia, pero a la vez de tristeza y amargura. Su historia personal dentro del relato está repleta de idas y vueltas, de cambios rotundos. A tal punto, que genera en el lector una mezcla de sensaciones tan diversas como inesperadas. Por momentos un odio hacia su persona imposible de controlar, y por otros, genera ternura, compasión, lástima que hace olvidar cualquier sentimiento de maldad.

“El mercader de Venecia” despertó en mí una afición por Shakespeare que hoy en día se mantiene. Este fue el primer libro de este gran autor que leí, y de ahí en más mi admiración por él me llevó a interiorizarme en su obra. De ahí el gran valor personal que le atribuyo.