El asombro y la sorpresa lo invaden. Pero a la vez un miedo aterrador - ¿Dónde estoy? La tormenta se llevó todo, incluso mi tripulación. Anoche peleando por mi vida, y hoy…hoy estoy en una isla que parece estar totalmente desierta. Esto no puede ser, este lugar no aparece en ninguno de los mapas. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es este lugar? ¡Dónde estoy! - Grita este mercader, casi sin esperanzas de alguna respuesta.
- ¿Será esta la isla de las riquezas? ¿Será esta la Isla Ratatouille? ¿Será cierto lo que dicen de ella? Recuerdo que un hombre, que no se encontraba en su sano juicio, me hablo de ella. Montañas de oro, paisajes asombrosos, ríos de dinero, comidas exóticas (con tan sólo un bocado podría saciarse el hambre de toda una semana). La fortuna del mundo entero se alberga en este lugar. “Allí donde los mares son innavegables, donde los barcos se convierten en juguetes de los dioses que manejan a su antojo. Allí es, en el fin del mundo. Pero sólo los hombres buenos y honorables son capaces de sobrevivir” Yo soy un buen hombre, así que no tendré ningún problema.- Entonces una alegría intensa invade su ser. De repente todo ese miedo se había canalizado en la pequeña ilusión de que se encontrara en la isla de las riquezas. Finalmente, el fervoroso deseo de conseguir aquel tesoro y su insaciable avaricia lo conducen a adentrarse en la frondosa y peligrosa selva que tenía frente a sus ojos.
Sin dirección alguna empieza a caminar, sólo veía árboles a su alrededor. Ceibas, araucarias, sauces, pero ni un solo ruido. Se encontraba solo, en un lugar que no conocía y en completo silencio. Alcanzaba a ver solamente plantas y árboles. - ¡¿Acaso no hay un maldito animal en esta isla?! ¡Hey! ¿Nadie me escucha, acaso? - Un rotundo silencio respondió sus gritos. Después de horas y horas de caminar lo único que alcanzaba a observar eran árboles y más plantas. El hambre comenzaba rugir en su estómago y no aparecía ningún manjar de los que tanto había oído hablar. -¡Ese viejo me mintió! Acá no hay nada. Sólo árboles.-
De repente, una luz al fondo del camino. Era el final de la selva. Por fin iba poder disfrutar de todas las maravillas que le habían hablado. Comienza, atraviesa el último árbol… y ahí está. Una pradera hermosa. Unos pastizales verdes como nunca antes había visto, animales por doquier, una inmensa laguna. Todo tal cual se lo imaginaba tal vez mejor - Ninguno de mis sueños logra siquiera asemejarse a semejante maravilla -. Con una emoción inexplicable, se lanza al encuentro con ese paraíso. Pero al dar el primer paso, cae repentinamente en un profundo agujero del cual es imposible su escape.
Para su suerte, el pozo en el que cayó era la puerta a una cueva hacia un tesoro. Invadido por la curiosidad, comenzó a caminar sin titubear. – ¿Hacia dónde conducirá esto? – Luego de algunos minutos, llegó al final del camino. Se encontró frente a dos cofres. Sobre cada uno había un cartel. Uno de ellos decía: “podrás saciar el hambre de toda la humanidad”. Y sobre el otro: “las riquezas del mundo entero podrás poseer”.
La duda lo atormenta, - ¿Qué cosas guardará cada cofre? – piensa. Después de un largo rato de meditar, y fiel a sus codiciosos deseos de seguir acumulando riquezas, elige el segundo cofre. Se acerca a él y lo abre. Dentro encuentra una nota que dice: “La riqueza no radica en lo individual, sino en lo grupal. Tu egoísmo y avaricia te condenarán por toda la eternidad”. Instantáneamente, una vez que termino de leer esas palabras, el piso se derrumbó y nuevamente, el mercader volvió a caer en un pozo. Pero esta vez no pudo volver a salir.
domingo, 11 de mayo de 2008
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