Si digo que soy un gran escritor, que mi vida se ha caracterizado por grandes producciones literarias, que los personajes de mis escritos han sido protagonistas de grandes aventuras, no estaría siendo muy franco conmigo mismo. No honesto de mi parte asumir un rol que muy pocas veces tuve la posibilidad ejercer. Tampoco mi lector necesita de una gran experiencia para dar fe sobre lo que estoy afirmando.
Siempre me ha tocado desempeñar el papel de lector. He admirado a lo largo de mi vida a esos genios de la tinta y el papel. Su enorme capacidad de resumir en palabras el sinfín de sentimientos de sus personajes. Cómo su ilimitada imaginación podía transportarme hacia otros tiempos y lugares. Pero es hasta ahí donde llega mi función dentro de la literatura. He sabido apreciar tanto a la mayoría de los libros que lo leí largo de mi vida, que cualquier producción que pueda llegar a realizar, sería una falta de respeto a las grandes historias de amor de Gabriel García Márquez, a los Poemas de Pablo Neruda, o a las reflexiones de Eduardo Galeano. Es por eso que más que por alguna tarea escolar, no he tenido la posibilidad de escribir grandes obras.
A decir verdad, existen algunos textos que alimentan mi ego. Participo en una revista interna de un oratorio al que asisto, en donde he escrito varias notas que despertaron cierta admiración por parte de varios compañeros. Tanto la denuncia como la reflexión han sido temas claves en mis columnas. Las injusticias dentro y fuera de la institución en la cual se desempeña esta actividad, generaron en mí la necesidad de hacerlas públicas, comunes a todos. Lo cual tuvo como respuesta, amenazas de clausura de nuestra revista en algunas oportunidades.
Si bien no es mucho, se puede decir que mi “trayectoria” como escritor se remite a los “textos periodísticos”, dejándole a los verdaderos expertos la posibilidad de elevar el lenguaje, como menciona Aristóteles en sus escritos.
domingo, 11 de mayo de 2008
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