Ficha técnica
Título: RÍO ARRIBA
Dirección: Ulises de la Orden
País: Argentina
Año: 2005
Duración: 72 min.
Género: Documental
Guión: Miguel Pérez, Ulises de la Orden, Paz Encima, Germán Cantore
Web: www.rioarriba.com.ar
Productora: INCAA, Polo Sur Films, Universidad del Cine
Fotografía: Lucio Bonelli
Montaje: Germán Cantore
Música: Ricardo Vilca
Productor: Juan de la Orden, Manuela Willimburgh, Ulises de la Orden
Reseña
Al mejor estilo Gastón Pauls, Ulises de la Orden nos trae aquí documental basado en la historia de un pueblo Kolla que desde la instauración del Ingenio San Isidro, los aborígenes que allí vivían, se vieron obligados a vender su fuerza de trabajo para que les permitan vivir en esas tierras, que desde un principio les pertenecían. Ulises parte del recuerdo de su abuelo, primero peón, pero que luego de unos años llegó convertirse en el dueño de este ingenio azucarero.
El film se va narrando desde el presente, hacia el pasado. A medida que va descubriendo más sobre la vida de su abuelo, se va dando cuenta que de a poco esa imagen inconmensurable que tenía desde un principio se iba borrando poco a poco. Parte del presente estado del Ingenio, cuyo actual dueño le cuenta como las nuevas tecnologías fueron suplantando a los trabajadores. Rescata también el recuerdo de un grupo de ancianos de la zona, que le cuentan un poco sobre como era el trabajo que realizaban los aborígenes y como estos se manejaban.
En su búsqueda por reconstruir la historia, se dirige a Iruya, ciudad que albergaba a esta comunidad Kolla. En el camino se encuentra a un hombre llamado Bernabé que lo va a guiar en el pueblo. Una vez allí descubre que la realidad fue y es peor de lo que le habían contado. El tío de Bernabé, se presta al diálogo y muy amablemente hace algunas menciones sobre su antiguo trabajo en el Ingenio San Isidro. “Al lado del río (donde cortaban las cañas) la gente muchas veces…la gente desaparecía.” Por si esto fuera poco, “En la fábrica moría más gente, sin reclamo”. “No sé si es verdad, pero se decía que el Patrón Costas mandaba a matar gente.” Allí en Iruya, Ulises descubre las causas de por qué los Kolla se volvieron mano de obra esclava (y que todavía no han dejado de serlo). Al no tener el título de sus tierras (tierras que les pertenecen, sin necesidad de título alguno que lo especifique), el terrateniente les cobraba arrienda por vivir y cultivar allí. Para pagar ese capricho, debían ir a las zafras, abandonando las “terrazas”, su principal técnica de cultivo, que pasaron a ser sólo un atractivo turístico. Por otro lado, también los comerciantes los endeudaban, vendiéndoles productos a precios impagables. Para salvar esa deuda, debían trabaja r en el Ingenio. Hoy todavía no logran conseguir el título de sus tierras que el permitan autoabastecerse y siguen aún sumisos a la explotación terrateniente.
Es muy difícil hacer un análisis sobre la película en su totalidad. Debo reconocer que, si bien la trama te atrapaba, el ritmo no lograba adecuarse a las necesidades del film, y por momentos el nivel de atención decaía notablemente. Un tanto pausado, lento un tono voz bajo y constante.
Pero ya en el plano de análisis de la problemática, es muy positivo que el INCAA promueva y solvente este tipo de proyectos que invitan a la reflexión. Que logra ofrecernos un espacio para pensar frente al avasallamiento de la lógica comercial sobre la industria cultural, que grandes estragos está haciendo.
Una vez que el film termina, las sensaciones que quedan son varias. Por un lado nostalgia y tristeza por la situación que se está viviendo ya la injusticia que sufren estas personas, y por el otro, impotencia, bronca por saber que esa realidad existe y que uno no hace lo suficiente para cambiarla. El tema está entonces cómo canalizar ese bagaje de sentimientos. Es importante fomentar este tipo de espacios donde la reflexión se hace presente, y saber que esta otra realidad existe, por más que no la veamos cara a cara, y que por si sola no se va a resolver, por lo que no podemos quedarnos de brazos cruzados.
lunes, 18 de agosto de 2008
Sin vuelta atrás
Por fin llegamos, después de largas horas de viaje en micro, aquí estamos. Formosa. ¡Qué hermosa que sos! Pero esta vez, no son tus ríos, arroyos o lagos, ni tus parques, selvas o praderas. No, nada de eso me trajo hasta aquí. Un pueblito muy chiquito, bien al norte es lo me tiene sobre tus tierras. Ni siquiera la gran Clorinda, que por la zona se encuentra. “Colonia La Primavera” o “Nainek” como verdaderamente la denominaron los primeros integrantes de la Comunidad Toba que allí se asienta. Pero tampoco es la zona geográfica en sí lo que me moviliza, sino, la gente que en ella habita. Algunos ignorantes, después de quinientos años, todavía se atreven a llamarlos “indios”. ¡Qué ingenuos! ¡Qué ingratos! Allí en Nainek vive una comunidad aborigen toba, desde el origen de todos los tiempos, cuando “el Hombre y la Pachamama eran uno sólo” (así suelen contarme). Son ellos los que año tras año me “obligan” a visitar estas tierras.
El camino es de tierra y el sol pega fuerte. Pero nada de eso impide nuestro asentamiento en la “Escuela 308”, donde realizamos anualmente nuestras actividades. La directora nos recibe con una cálida bienvenida y nos dice que ya es un poco tarde y que recién mañana los chicos vendrán a la escuela. Para que se entienda un poco mejor, es necesario que haga una aclaración: este viaje tiene como objetivo principal el trabajo con los chicos, principalmente el juego con ellos. Poder devolverle, en esta pequeñísima y escasa semana, un poco de la infancia que les fue robada. Nosotros no venimos a traerles ni juguetes, ni ropa ni nada. Alguno que otro podrá decir esto que hacemos es completamente insignificante, ya que las necesidades son primordialmente materiales Pero nosotros estamos convencidos, que suficiente han tenido ya con los punteros políticos, que tanto los han humillado y manoseado. Lo nuestro es otra cosa. Es el trabajo y el encuentro personal, cara a cara, sin “canasta familiares” o “planes de familia” de por medio.
Al día siguiente, como bien nos advirtió la directora, los chicos llegaron temprano al colegio. Su sorpresa al vernos es enorme. Especialmente por nuestras narices de payasos, y caras pintarrajeadas. Una sonrisa ilumina sus caras. ¡Cómo extrañaba esas caritas! ¡Y qué grandes que estaban algunos! Una vez más volví a descubrirme en sus miradas, en su pelo, en sus manitas y en sus sonrisas. Cómo olvidarlos, si son ellos los que han marcado mi vida para siempre. Otra vez estaba en el lugar en el que debía estar, del cual nunca debí haberme ido.
Comenzamos con canciones, como era habitual. Mi sorpresa es enorme, ¡algunos chicos todavía las recordaban! “El gusanito”, “la casita”, “la china”. Y con el pasar del tiempo y de los cantos, los más tímidos se van soltando, y los más grandes empiezan a ayudarnos en le animación de la ronda. De repente, un o de los animadores invita a todos a que cantáramos la “canción del pollo”. Entonces, algo mágico sucede: los chicos empiezan a cantarla en toba. Todos juntos y al sonido unificado de una sola voz, se les escucha decir “…Olega, olega, olega ole olchié. Olega ole chiá. Olega ole…”. Nuestro asombro es incalculable. Me cuesta poder expresar con palabras esto que está pasando. Lo que si puedo decir, es que estoy en condiciones de afirmar que mis sentimientos se asemejan mucho a aquello que se conoce como felicidad. ¡Ya está! Objetivo más que cumplido. Pudimos dejar ese recuerdo, ese mensaje en sus corazoncitos. Así se debe haber sentido el principito al saber que se había ganado el corazón del zorro que nunca iba a volver a ver.
Los días van pasando y las sorpresas siguen llegando. A través de una “mancha” de una “carrera”, de una “soga” encontramos un canal que compartimos íntegramente y por el cual la comunicación logra ser pura. Es el anteúltimo día y Félix nos invitó a pasar el día a su casa. Jamás dejo de asombrarme con este hombre. Su paz, su fuerza, su sencillez, su pobreza y su grandeza a la vez. Nos cuenta mil y una historias de vida, de cómo están siendo explotados, y del trabajo constante que está realizando. ¿Cómo hace un hombre para seguir habiéndosele muerto un hijo en brazos por tuberculosis, una enfermada que hoy en día es fácilmente tratable? ¿De dónde saca la fuerza este hombre? ¿Y qué hago yo ahora? Estas y muchas otras preguntas rondan en mi cabeza sin encontrar respuesta alguna.
Es sábado. Y si. El momento tenía que llegar, tarde o temprano esto iba a pasar. Es necesario emprender el regreso a nuestras casas. ¡Qué chica que queda una semana dentro del año! Esto nos pasa una y otra vez. Los deseos de quedarnos son inmensos pero, a la vez no podemos abandonar todo lo que tenemos en nuestros hogares así como así. Pero tampoco creo que sea tan necesario volver. Finalmente me dejo llevar por mis coordinadores y emprendo, otra vez la angustiosa vuelta.
No sé qué me depara el futuro, qué es lo que vendrá o si estaré listo o no a enfrentarlo. Sólo se que este viaje no es un viajesucho cualquiera, en el que el “contacto con otras culturas” es el factor predominante. No. Esto es otra cosa. Es un cambio radical. Nunca voy a volver a ser el mismo. Una semana, nada más ni nada menos. Sé que es poco tiempo, insignificante tal vez. Pero también sé que esa semana, ha cambiado mi vida para siempre.
El camino es de tierra y el sol pega fuerte. Pero nada de eso impide nuestro asentamiento en la “Escuela 308”, donde realizamos anualmente nuestras actividades. La directora nos recibe con una cálida bienvenida y nos dice que ya es un poco tarde y que recién mañana los chicos vendrán a la escuela. Para que se entienda un poco mejor, es necesario que haga una aclaración: este viaje tiene como objetivo principal el trabajo con los chicos, principalmente el juego con ellos. Poder devolverle, en esta pequeñísima y escasa semana, un poco de la infancia que les fue robada. Nosotros no venimos a traerles ni juguetes, ni ropa ni nada. Alguno que otro podrá decir esto que hacemos es completamente insignificante, ya que las necesidades son primordialmente materiales Pero nosotros estamos convencidos, que suficiente han tenido ya con los punteros políticos, que tanto los han humillado y manoseado. Lo nuestro es otra cosa. Es el trabajo y el encuentro personal, cara a cara, sin “canasta familiares” o “planes de familia” de por medio.
Al día siguiente, como bien nos advirtió la directora, los chicos llegaron temprano al colegio. Su sorpresa al vernos es enorme. Especialmente por nuestras narices de payasos, y caras pintarrajeadas. Una sonrisa ilumina sus caras. ¡Cómo extrañaba esas caritas! ¡Y qué grandes que estaban algunos! Una vez más volví a descubrirme en sus miradas, en su pelo, en sus manitas y en sus sonrisas. Cómo olvidarlos, si son ellos los que han marcado mi vida para siempre. Otra vez estaba en el lugar en el que debía estar, del cual nunca debí haberme ido.
Comenzamos con canciones, como era habitual. Mi sorpresa es enorme, ¡algunos chicos todavía las recordaban! “El gusanito”, “la casita”, “la china”. Y con el pasar del tiempo y de los cantos, los más tímidos se van soltando, y los más grandes empiezan a ayudarnos en le animación de la ronda. De repente, un o de los animadores invita a todos a que cantáramos la “canción del pollo”. Entonces, algo mágico sucede: los chicos empiezan a cantarla en toba. Todos juntos y al sonido unificado de una sola voz, se les escucha decir “…Olega, olega, olega ole olchié. Olega ole chiá. Olega ole…”. Nuestro asombro es incalculable. Me cuesta poder expresar con palabras esto que está pasando. Lo que si puedo decir, es que estoy en condiciones de afirmar que mis sentimientos se asemejan mucho a aquello que se conoce como felicidad. ¡Ya está! Objetivo más que cumplido. Pudimos dejar ese recuerdo, ese mensaje en sus corazoncitos. Así se debe haber sentido el principito al saber que se había ganado el corazón del zorro que nunca iba a volver a ver.
Los días van pasando y las sorpresas siguen llegando. A través de una “mancha” de una “carrera”, de una “soga” encontramos un canal que compartimos íntegramente y por el cual la comunicación logra ser pura. Es el anteúltimo día y Félix nos invitó a pasar el día a su casa. Jamás dejo de asombrarme con este hombre. Su paz, su fuerza, su sencillez, su pobreza y su grandeza a la vez. Nos cuenta mil y una historias de vida, de cómo están siendo explotados, y del trabajo constante que está realizando. ¿Cómo hace un hombre para seguir habiéndosele muerto un hijo en brazos por tuberculosis, una enfermada que hoy en día es fácilmente tratable? ¿De dónde saca la fuerza este hombre? ¿Y qué hago yo ahora? Estas y muchas otras preguntas rondan en mi cabeza sin encontrar respuesta alguna.
Es sábado. Y si. El momento tenía que llegar, tarde o temprano esto iba a pasar. Es necesario emprender el regreso a nuestras casas. ¡Qué chica que queda una semana dentro del año! Esto nos pasa una y otra vez. Los deseos de quedarnos son inmensos pero, a la vez no podemos abandonar todo lo que tenemos en nuestros hogares así como así. Pero tampoco creo que sea tan necesario volver. Finalmente me dejo llevar por mis coordinadores y emprendo, otra vez la angustiosa vuelta.
No sé qué me depara el futuro, qué es lo que vendrá o si estaré listo o no a enfrentarlo. Sólo se que este viaje no es un viajesucho cualquiera, en el que el “contacto con otras culturas” es el factor predominante. No. Esto es otra cosa. Es un cambio radical. Nunca voy a volver a ser el mismo. Una semana, nada más ni nada menos. Sé que es poco tiempo, insignificante tal vez. Pero también sé que esa semana, ha cambiado mi vida para siempre.
El héroe de las mil caras
Así Joseph Campbell titula su libro en le cual realiza un análisis, un tanto psicoanalítico, del mito. Hace mención a un número de generalidades sobre el tema. Los componentes del mito, el modo de interpretación, el modo de apreciación, “normas y reglas básicas”, etc. De manera significativa y saliente, podemos rescatar al menos dos reflexiones primordiales: el héroe mitológico y modo de análisis que hay que tener sobre ellos.
Haciendo referencia a este heroico protagonista, podemos extraer algunos puntos interesantes. Campbell afirma que la aventura mitológica de este personaje se reduce a tres grandes momentos: la separación, la iniciación y el retorno. Formando una fórmula universal, presente en toda obra. Tomando los cuentos religiosos como parámetro, afirma que el héroe parte de una tierra conocida, cercana. Generalmente inicia sus aventuras en su tierra de origen, o bien, en lugares que le son familiar. Luego, un acontecimiento maravilloso ocurre y se lo encomienda a realizar un viaje hacia lo desconocido, lo lejano y lo peligroso. Un viaje que lo separa de su cotidianeidad, que lo lleva por caminos sinuosos e ignotos. Debe dirigirse hacia un escenario totalmente opuesto al cual estaba acostumbrado, donde está obligado a superar peligrosísimas pruebas que pondrán su vida en peligro en más de una ocasión. Una vez alcanzado el objetivo nuestro héroe vuelve victorioso y airoso a la comodidad de su casa, donde es recibido como salvador. Así logra reinsertarse en la sociedad y continuar con su vida normal hasta que se le presente una nueva aventura que emprender.
Por otro lado, debemos hablar sobre el modo de análisis del mito. Según Joseph Cambell, debe dejarse de lado la interpretación científica. Es decir, debemos dejarnos llevar por la magia, los misterios, los acontecimientos sorprendentes e inimaginables, dejando de inspeccionarlos con una lógica científica que no contribuye en nuestra interpretación. Es necesario, comprender que el mito debe contemplarse como huella del pasado, sin buscar adaptaciones a nuestra realidad temporal. Deben ser tratados con la seriedad que se merecen, sin caer en clásicos que prejuicios que ponen a los mitos como meros cuentos infantiles. Ya lo mencionaba Aristóteles en sus reflexiones sobre el teatro griego: no se trata de obras sencillas que sólo buscan el entretenimiento de la audiencia, sino que se habla de comedias, de tragedias, en donde el entretenimiento pasa a segundo plano, y la transmisión de valores morales pasan a ocupar en plano principal de las obras.
Considero que estos puntos son de vital importancia para comprender, estudiar y apreciar un buen cuento mitológico. Las barreras a superar en la interpretación y el conocimiento del héroe, protagonista de innumerables aventuras. Estas reflexiones pueden apreciarse en distintos tipos de obras literarias: cuentos maravillosos, tradicionales o leyendas. Por lo que no se ajustan solo a los mitos sino también a todo este tipo de géneros. Radica ahí la prioridad que le otorgo a estas dos cuestiones, hechas originariamente por el locuaz Jospeh Campbell.
Haciendo referencia a este heroico protagonista, podemos extraer algunos puntos interesantes. Campbell afirma que la aventura mitológica de este personaje se reduce a tres grandes momentos: la separación, la iniciación y el retorno. Formando una fórmula universal, presente en toda obra. Tomando los cuentos religiosos como parámetro, afirma que el héroe parte de una tierra conocida, cercana. Generalmente inicia sus aventuras en su tierra de origen, o bien, en lugares que le son familiar. Luego, un acontecimiento maravilloso ocurre y se lo encomienda a realizar un viaje hacia lo desconocido, lo lejano y lo peligroso. Un viaje que lo separa de su cotidianeidad, que lo lleva por caminos sinuosos e ignotos. Debe dirigirse hacia un escenario totalmente opuesto al cual estaba acostumbrado, donde está obligado a superar peligrosísimas pruebas que pondrán su vida en peligro en más de una ocasión. Una vez alcanzado el objetivo nuestro héroe vuelve victorioso y airoso a la comodidad de su casa, donde es recibido como salvador. Así logra reinsertarse en la sociedad y continuar con su vida normal hasta que se le presente una nueva aventura que emprender.
Por otro lado, debemos hablar sobre el modo de análisis del mito. Según Joseph Cambell, debe dejarse de lado la interpretación científica. Es decir, debemos dejarnos llevar por la magia, los misterios, los acontecimientos sorprendentes e inimaginables, dejando de inspeccionarlos con una lógica científica que no contribuye en nuestra interpretación. Es necesario, comprender que el mito debe contemplarse como huella del pasado, sin buscar adaptaciones a nuestra realidad temporal. Deben ser tratados con la seriedad que se merecen, sin caer en clásicos que prejuicios que ponen a los mitos como meros cuentos infantiles. Ya lo mencionaba Aristóteles en sus reflexiones sobre el teatro griego: no se trata de obras sencillas que sólo buscan el entretenimiento de la audiencia, sino que se habla de comedias, de tragedias, en donde el entretenimiento pasa a segundo plano, y la transmisión de valores morales pasan a ocupar en plano principal de las obras.
Considero que estos puntos son de vital importancia para comprender, estudiar y apreciar un buen cuento mitológico. Las barreras a superar en la interpretación y el conocimiento del héroe, protagonista de innumerables aventuras. Estas reflexiones pueden apreciarse en distintos tipos de obras literarias: cuentos maravillosos, tradicionales o leyendas. Por lo que no se ajustan solo a los mitos sino también a todo este tipo de géneros. Radica ahí la prioridad que le otorgo a estas dos cuestiones, hechas originariamente por el locuaz Jospeh Campbell.
Tesis sobre el cuento
Ricardo Piglia realiza una breve reflexión sobre algunos puntos relacionados con el cuento. Propone dos tesis con las que va trabajar a lo largo de todo su análisis.
Un cuento siempre cuenta dos historias. Muy a pesar de las apariencias, el cuento narra siempre dos historias que se complementan y que permiten darle forma al hilo conductor. La primera, es la que se cuenta en primer plano. Mientas que la segunda, es la que se construye en secreto. Cada una, trata su historia de manera particular y distinto de la otra. Y es el cruce entre ambas, como ya mencionamos, el fundamento de su constitución, lo que determina la totalidad de la narración en sí. Esto no se refiere a un sentido oculto librado a la interpretación libre, sino que el enigma que se crea es puramente funcional a la narración cifrada. Se trata de un relato que encierra otro relato secreto.
La historia secreta es la clave de la forma del cuento y sus variantes. Esta historia secreta se construye con lo no-dicho, con lo sobrentendido y la alusión, y es a su vez la que determina la forma al cuento. Refiere a la “Teoría del iceberg” de Ernest Hemingway para explicar que el significado total de un texto no se limita al argumento principal, sino que siempre hay una red de asociaciones e inferencias sumergidas, que son la llave para comprender el cuento.
Luego, tres cuentos parecieran ilustrar la teoría de Piglia. “Cuento de marineros” de Chejov, “La forma de la espalda” de Borges y “¿Porqué no bailan?” de Carver. Si se me permite quisiera agregar que entre los tres, el cuento del argentino sobresale por sobre los otros. La manera con que juega con el enigma, que pareciera que nunca se va a resolver, pero que al final de relato encuentra solución. Piglia hace un análisis sobre Borges que bien se releja en el texto de este escritor. La relevancia que se le otorga a las dos historias que se encuentran dentro del cuento principal, logra verse con claridad en “La forma de la espalda”, donde ambas historias terminan complementándose y cerrando una exquisita historia.
Un cuento siempre cuenta dos historias. Muy a pesar de las apariencias, el cuento narra siempre dos historias que se complementan y que permiten darle forma al hilo conductor. La primera, es la que se cuenta en primer plano. Mientas que la segunda, es la que se construye en secreto. Cada una, trata su historia de manera particular y distinto de la otra. Y es el cruce entre ambas, como ya mencionamos, el fundamento de su constitución, lo que determina la totalidad de la narración en sí. Esto no se refiere a un sentido oculto librado a la interpretación libre, sino que el enigma que se crea es puramente funcional a la narración cifrada. Se trata de un relato que encierra otro relato secreto.
La historia secreta es la clave de la forma del cuento y sus variantes. Esta historia secreta se construye con lo no-dicho, con lo sobrentendido y la alusión, y es a su vez la que determina la forma al cuento. Refiere a la “Teoría del iceberg” de Ernest Hemingway para explicar que el significado total de un texto no se limita al argumento principal, sino que siempre hay una red de asociaciones e inferencias sumergidas, que son la llave para comprender el cuento.
Luego, tres cuentos parecieran ilustrar la teoría de Piglia. “Cuento de marineros” de Chejov, “La forma de la espalda” de Borges y “¿Porqué no bailan?” de Carver. Si se me permite quisiera agregar que entre los tres, el cuento del argentino sobresale por sobre los otros. La manera con que juega con el enigma, que pareciera que nunca se va a resolver, pero que al final de relato encuentra solución. Piglia hace un análisis sobre Borges que bien se releja en el texto de este escritor. La relevancia que se le otorga a las dos historias que se encuentran dentro del cuento principal, logra verse con claridad en “La forma de la espalda”, donde ambas historias terminan complementándose y cerrando una exquisita historia.
Los Mares del Sur
Primero que todo debo, reconocer que este poema despertó en mí un enorme mezcla de sentimientos, por lo tanto cualquier nota, análisis o reflexión que pueda llegar a realizar, va estar marcado por una línea absolutamente subjetiva y sentimentalista.
Pavese narra el encuentro entre un hombre de pueblo, que vivía en Turín, y su primo, un trotamundo que actualmente estaba asentado en su pueblo natal. En el poema se cuenta principalmente la vida y los viajes de este primo, que tanto ha llamado mi atención.
Este viajero está caracterizado como un explorador. Un hombre libre en busca de aventuras, y con afán de libertad, que nunca iba a poder encontrar en el pequeño pueblo, en el que había nacido. Seguramente su destino estaba en la herrería, la carpintería, el trabajo de la tierra, o algún otro trabajo pueblerino. No conforme con esto, sale en búsqueda de otra cosa. En búsqueda de tierras lejanas, de pueblos desconocidas, de mares aún no descubiertos. Invadido por un deseo de conocer el mundo, deja su pueblo y emprende su viaje por mar. Viaje que iba a durar veinte largos años.
Durante este tiempo, en tierra firme, sus familiares, nunca pudieron perdonarle ese desprecio por lo que ellos le ofrecían. “¿Qué ingrato, acaso el pueblo no era lo suficientemente bueno para él?”. Jamás mostraron algún gesto de apoyo o de confianza. De hecho, muchos, lo daban por muerto. La idea de regreso de este primo descarrilado era impensada, inclusive para el más comprensivo y piadoso de todos.
Pero un día, al finalizar la guerra, volvió, y su regreso no fue un acontecimiento menor. Airoso, y triunfante, estaba otra vez en casa. Nunca había podido olvidar su pequeño pueblo. Siempre tuvo presente la idea de estar con su familia. Y ahí estaba. Pero los rumores no dejaba de acecharlo y por lo bajo los parientes comentaban “En un año, a lo sumo, lo despilfarra todo y vuelve a irse. Así mueren los desesperados”. A pesar de muchos, logró reinstalarse y hasta se casó.
Por último, me atrevo a decir que en su interior sigue guardado ese deseo desenfrenado de viajar por Mares del Sur. La razón de su regreso, no he podido comprenderla del todo, pero se que estoy en condiciones de afirmar que su corazón no pertenece a tierra firme.
Pavese narra el encuentro entre un hombre de pueblo, que vivía en Turín, y su primo, un trotamundo que actualmente estaba asentado en su pueblo natal. En el poema se cuenta principalmente la vida y los viajes de este primo, que tanto ha llamado mi atención.
Este viajero está caracterizado como un explorador. Un hombre libre en busca de aventuras, y con afán de libertad, que nunca iba a poder encontrar en el pequeño pueblo, en el que había nacido. Seguramente su destino estaba en la herrería, la carpintería, el trabajo de la tierra, o algún otro trabajo pueblerino. No conforme con esto, sale en búsqueda de otra cosa. En búsqueda de tierras lejanas, de pueblos desconocidas, de mares aún no descubiertos. Invadido por un deseo de conocer el mundo, deja su pueblo y emprende su viaje por mar. Viaje que iba a durar veinte largos años.
Durante este tiempo, en tierra firme, sus familiares, nunca pudieron perdonarle ese desprecio por lo que ellos le ofrecían. “¿Qué ingrato, acaso el pueblo no era lo suficientemente bueno para él?”. Jamás mostraron algún gesto de apoyo o de confianza. De hecho, muchos, lo daban por muerto. La idea de regreso de este primo descarrilado era impensada, inclusive para el más comprensivo y piadoso de todos.
Pero un día, al finalizar la guerra, volvió, y su regreso no fue un acontecimiento menor. Airoso, y triunfante, estaba otra vez en casa. Nunca había podido olvidar su pequeño pueblo. Siempre tuvo presente la idea de estar con su familia. Y ahí estaba. Pero los rumores no dejaba de acecharlo y por lo bajo los parientes comentaban “En un año, a lo sumo, lo despilfarra todo y vuelve a irse. Así mueren los desesperados”. A pesar de muchos, logró reinstalarse y hasta se casó.
Por último, me atrevo a decir que en su interior sigue guardado ese deseo desenfrenado de viajar por Mares del Sur. La razón de su regreso, no he podido comprenderla del todo, pero se que estoy en condiciones de afirmar que su corazón no pertenece a tierra firme.
Lección de fotografía
“PALAISE DE GLACE”, un cartel inmenso orientó mi despistada y desconcertada búsqueda de algo distinto, de algo que me renovara. Había leído en el diario de la fecha sobre una muestra fotográfica que allí se realizaba. Decidí entrar. Una mujer vestida de pantalón negro y de campera bordeaux que tenía grabada la palabra “SEGURIDAD”, me invita a pasar, a que deje mi enorme y sospechosa mochila en el vestidor y me indica exactamente donde se encontraba la muestra. El primer piso.
Subí las escaleras y llegué. Un inmenso salón se hallaba frente a mis ojos. En el medio, un balcón que daba a otra exhibición en la planta baja del edificio, y a su alrededor, sobre las paredes, un sinfín de fotos ordenadas toas de manera bastante simétrica: columna – foto grande – columna - foto chica – columna - foto grande – columna - foto chica, y así sucesivamente.
Una música armoniosa de fondo, mostraba la pasividad y tranquilidad de la muestra. No así ocurría con las fotografías. Cada una de ellas tenía una vigorosidad, una fuerza realmente impresionante. Sus colores, o la falta de ellos, sus tamaños, sus marcos, o su ausencia (porque no es lo mismo un marco de color negro o uno de color blanco, uno de madera, que uno de metal, o uno con vidrio que cubra la foto que otro sin él), sus representaciones, sus historias, si vida. Todos y cada uno dignos de admiración, a pesar que mi conocimiento sobre el tema sea la misma que la de un niño sobre las composiciones anatómicas sobre los elementos.
La gente, por más escasa que era, se movían de un lado para el otro, haciendo notar su presencia. Algunos caminaban bastante rápido, como si algo los apurase, sin detenerse en observar la historia particular de cada fotografía. Incapaces de ver más allá solo podían quedarse con lo superfluo, lo meramente estético. Mientras que otros, se pasaban largos minutos frente a una sola foto, inspeccionándola minuciosamente, como si detrás de ella existiera un mundo al cual jamás podría acceder y cuya única forma de acercarse a esa otra dimensión es a través de la fotografía. Por último un guardia que recorría toda la exposición y que particularmente seguía mis pasos y con frecuencia me lo encontraba detrás de mi espalda. No quise indagar el motivo de su constante persecución hacia mi persona y seguí en mi camino.
Caminé, caminé y caminé. Una y otra vez miraba las fotografías buscando algo que llamara significativamente mi atención. Y entonces la vi. Una fotografía de Yanina M. García que no tenía título, pero que aclaraba que era de la colección “Familia”. Una familia entera durmiendo al lado de la pileta en lo que daba a entender que era su country. Ah, por poco me olvidaba, la foto era de 1997. Y fue ahí cuando lo comprendí todo. Era el mero reflejo de la clase media argentina durante la década de los noventa, mostrado en esta familia tirada en las comodidades de su casa-quinta. Como todos gozaban y dormían en las ventajas que esa época les otorgaba mientras la economía argentina, más bien el país entero se iba a pique.
Habiendo encontrado la fotografía más expresiva de todas, y ya cansado de jugar al crítico de imagen me dirigía la salida, donde la mujer de la campera de SEGURIDAD me devolvió mi mochila y me abrió la puerta muy amablemente, con una enorme sonrisa.
Subí las escaleras y llegué. Un inmenso salón se hallaba frente a mis ojos. En el medio, un balcón que daba a otra exhibición en la planta baja del edificio, y a su alrededor, sobre las paredes, un sinfín de fotos ordenadas toas de manera bastante simétrica: columna – foto grande – columna - foto chica – columna - foto grande – columna - foto chica, y así sucesivamente.
Una música armoniosa de fondo, mostraba la pasividad y tranquilidad de la muestra. No así ocurría con las fotografías. Cada una de ellas tenía una vigorosidad, una fuerza realmente impresionante. Sus colores, o la falta de ellos, sus tamaños, sus marcos, o su ausencia (porque no es lo mismo un marco de color negro o uno de color blanco, uno de madera, que uno de metal, o uno con vidrio que cubra la foto que otro sin él), sus representaciones, sus historias, si vida. Todos y cada uno dignos de admiración, a pesar que mi conocimiento sobre el tema sea la misma que la de un niño sobre las composiciones anatómicas sobre los elementos.
La gente, por más escasa que era, se movían de un lado para el otro, haciendo notar su presencia. Algunos caminaban bastante rápido, como si algo los apurase, sin detenerse en observar la historia particular de cada fotografía. Incapaces de ver más allá solo podían quedarse con lo superfluo, lo meramente estético. Mientras que otros, se pasaban largos minutos frente a una sola foto, inspeccionándola minuciosamente, como si detrás de ella existiera un mundo al cual jamás podría acceder y cuya única forma de acercarse a esa otra dimensión es a través de la fotografía. Por último un guardia que recorría toda la exposición y que particularmente seguía mis pasos y con frecuencia me lo encontraba detrás de mi espalda. No quise indagar el motivo de su constante persecución hacia mi persona y seguí en mi camino.
Caminé, caminé y caminé. Una y otra vez miraba las fotografías buscando algo que llamara significativamente mi atención. Y entonces la vi. Una fotografía de Yanina M. García que no tenía título, pero que aclaraba que era de la colección “Familia”. Una familia entera durmiendo al lado de la pileta en lo que daba a entender que era su country. Ah, por poco me olvidaba, la foto era de 1997. Y fue ahí cuando lo comprendí todo. Era el mero reflejo de la clase media argentina durante la década de los noventa, mostrado en esta familia tirada en las comodidades de su casa-quinta. Como todos gozaban y dormían en las ventajas que esa época les otorgaba mientras la economía argentina, más bien el país entero se iba a pique.
Habiendo encontrado la fotografía más expresiva de todas, y ya cansado de jugar al crítico de imagen me dirigía la salida, donde la mujer de la campera de SEGURIDAD me devolvió mi mochila y me abrió la puerta muy amablemente, con una enorme sonrisa.
Estar allí
En este texto, el famoso antropólogo interpretativista Clifford Gertz menciona alguna de sus principales premisas sobre su revolucionario método llamado “Descripción Densa”. Específicamente hace hincapié en el tipo de trabajo etnográfico que el antropólogo debe realizar y cómo este debe volcarlo en sus escritos.
Este nuevo método de Gertz revolucionó el modo de encarar una investigación en este campo. Le otorgó al nativo a estudiar un papel trascendental a la hora de realizar conjeturas y explicaciones sobre la comunidad analizada. El antropólogo parte de la observación de lo a él le resulta extraño, que a su vez es cotidiano para los demás habitantes. Luego se entrevista con hombres y mujeres de esta sociedad. Y por último, en un trabajo de recopilación, une las respuestas obtenida de los nativos con las conclusiones que él mismo pudo realizar. Así, a través de la Descripción Densa, se puede obtener como producto final, el trabajo más representativo posible de lo que se está estudiando, dándole la importancia que se merece a las significaciones, las tradiciones, las representaciones, etc. Es a través de esta metodología en la cual el científico o lector logra acercarse lo más posible a esta sociedad “remota”, “lejana” y “primitiva”.
En “Estar allí”, Clifford Gertz, le otorga especial importancia a la presencia del científico en el ámbito en el cuál desea estudiar. Lo relevante de un estudio etnográfico es el análisis de la comunidad en si, en su totalidad, y al individuo inserto en ella. Por lo tanto, la presencia del etnógrafo en el territorio donde se desenvuelve cotidianamente nuestro objeto de estudio. A su vez, hace una dura crítica a la Antropología Enciclopedista argumentando que no se puede vagar por las bibliotecas reflexionando sobre cuestiones literarias y descontextualizadas, sino que hace falta una observación presencial. Según Gertz, el antropólogo, en sus textos debe convencer a sus lectores que estuvo en el lugar de estudio. Que no se tarta de simples relatos de un mercader o de algún viajero que ha logrado conocer esas tierras lejanas y con los que cualquier antropólogo evolucionista hubiese tomado para armar sus teorías. Sino que la instancia principal del estudio etnográfico es el “estar allí”.
Este nuevo método de Gertz revolucionó el modo de encarar una investigación en este campo. Le otorgó al nativo a estudiar un papel trascendental a la hora de realizar conjeturas y explicaciones sobre la comunidad analizada. El antropólogo parte de la observación de lo a él le resulta extraño, que a su vez es cotidiano para los demás habitantes. Luego se entrevista con hombres y mujeres de esta sociedad. Y por último, en un trabajo de recopilación, une las respuestas obtenida de los nativos con las conclusiones que él mismo pudo realizar. Así, a través de la Descripción Densa, se puede obtener como producto final, el trabajo más representativo posible de lo que se está estudiando, dándole la importancia que se merece a las significaciones, las tradiciones, las representaciones, etc. Es a través de esta metodología en la cual el científico o lector logra acercarse lo más posible a esta sociedad “remota”, “lejana” y “primitiva”.
En “Estar allí”, Clifford Gertz, le otorga especial importancia a la presencia del científico en el ámbito en el cuál desea estudiar. Lo relevante de un estudio etnográfico es el análisis de la comunidad en si, en su totalidad, y al individuo inserto en ella. Por lo tanto, la presencia del etnógrafo en el territorio donde se desenvuelve cotidianamente nuestro objeto de estudio. A su vez, hace una dura crítica a la Antropología Enciclopedista argumentando que no se puede vagar por las bibliotecas reflexionando sobre cuestiones literarias y descontextualizadas, sino que hace falta una observación presencial. Según Gertz, el antropólogo, en sus textos debe convencer a sus lectores que estuvo en el lugar de estudio. Que no se tarta de simples relatos de un mercader o de algún viajero que ha logrado conocer esas tierras lejanas y con los que cualquier antropólogo evolucionista hubiese tomado para armar sus teorías. Sino que la instancia principal del estudio etnográfico es el “estar allí”.
17 monos
¿Qué otro nombre adjudicarle a este grupo de músicos que con tan sólo señas, gestos y miradas logran generara con sus tambores un sonido capaz de hacer bailar a cualquiera que logre escucharlos? Su nombre es La bomba de Tiempo y tocan todos los lunes a las 19:00 horas en la Ciudad Cultural Konex. Por fortuna, tuve el grato agrado de poder conocerlos y escucharlos en vivo.
Había escuchado hablar de ellos por un amigo que ya los conocía y me recomendó, me obligó podría decirse a que fuera a verlos. Al siguiente lunes, siguiendo con la “imposición” de mi allegado, me dirigí a Sarmiento 3131, donde una “K” enorme me recibía indicando que había llegado a destino. A un costado, bastante más chica que la letra, un afiche decía “la BOMBA de Tiempo. El trance del ritmo en estado puro”. Y ahora sí, las ganas por ver a esta tan enigmática como aclamada banda se despertaban en mí, generando c que mi piel se erizara, símbolo del nerviosismo y la impaciencia que me invadía.
A las 19:10 horas me encontraba en el patio central de la Ciudad Cultural Konex. Una gran escalera se ubicaba en el centro del patio. Sorprendentemente, no había ningún cable, micrófono o parlante, que indicara el lugar del escenario. Pareciera como si nada extraño fuese a suceder en esa tarde. Empecé a impacientarme y pregunté si estaba en lugar correcto. Una chica sonriendo me respondió que pronto estaba por comenzar el show, pero que ellos acostumbraban a empezar el recital más tarde de lo citado. Todos estaban muy tranquilos charlando y disfrutando de la tarde.
De a poco el patio se fue llenando de gente, hasta que el lugar estaba repleto de personajes de toda índole. Altos y bajos, flacos y gordos, rubios y morochos, de traje y casuales. Un hermoso y sorprendente mestizaje abundaba. La noche empezaba a asomarse, estos muchachos no aparecían por ningún lado y yo que no sabía para donde mirar ya que seguía sin descubrir para donde quedaba el escenario.
Entonces, una ovación. Aplausos, gritos y cantos recibieron a la banda. Finalmente pude encontrar el lugar desde donde nos deleitarían con su música: la escalera central. La ancha y larga escalera que no conducía a ningún lado, cobijaba a los músicos listos para empezar. Dieciséis hombres se pararon con sus bombos de cara al público, formando un semicírculo. El restante, se posicionó dándonos la espalda, en el medio de ese semicírculo, es decir, mirando a sus compañeros. Y, tras un movimiento de este individuo, la música comenzó a brotar. Más tarde pude averiguar que este hombre de espaldas era Santiago Vázquez, quien coordinaba la banda.
Candombe, milonga, merengue y un sinfín de ritmos musicales salían de esos bombos. Le escuché decir por ahí a un entendido del tema, que cada uno de estos once integrantes contaba con un instrumento distinto. Nombres completamente raros y desconocidos para mí. “Guiro”,”Tambor repique”, “Tambor chico”, “Djembé”, “Bombo legüero” y muchos otros instrumentos que no pude descifrar. A pesar de la enorme variedad Santiago Vázquez lograba combinarlos todos para obtener un verdadero y perfecto sonido. A lo largo del show todos iban cambiando de instrumentos, algo que me llamó mucho la atención, ya que dominaban cada tambor, cada guiro, cada bombo con una facilidad digna de admiración.
Mi alegría, sorpresa y gratitud (hacía mi amigo que logró convencerme para que estuviera allí disfrutando de esta increíble fiesta) fueron inmensos y no podía sentirme más complacido. Luego de dos horas, el recital cerró con último abrazo entre ellos, signo del goce que sentían cada vez que ellos hacían esto.
Humildemente debo darle la razón a mi compadre que me había advertido sobre la magia, a vigorosidad y la fuerza del show que boquiabierto me ha dejado. Al ver ese cartel en la entrada, no entendí del todo a qué hacía referencia. Pero ahora, ya terminado el recital, puedo reafirmar que la Bomba de Tiempo es capaz de enseñarle a la música “el trance del ritmo en estado puro”.
Había escuchado hablar de ellos por un amigo que ya los conocía y me recomendó, me obligó podría decirse a que fuera a verlos. Al siguiente lunes, siguiendo con la “imposición” de mi allegado, me dirigí a Sarmiento 3131, donde una “K” enorme me recibía indicando que había llegado a destino. A un costado, bastante más chica que la letra, un afiche decía “la BOMBA de Tiempo. El trance del ritmo en estado puro”. Y ahora sí, las ganas por ver a esta tan enigmática como aclamada banda se despertaban en mí, generando c que mi piel se erizara, símbolo del nerviosismo y la impaciencia que me invadía.
A las 19:10 horas me encontraba en el patio central de la Ciudad Cultural Konex. Una gran escalera se ubicaba en el centro del patio. Sorprendentemente, no había ningún cable, micrófono o parlante, que indicara el lugar del escenario. Pareciera como si nada extraño fuese a suceder en esa tarde. Empecé a impacientarme y pregunté si estaba en lugar correcto. Una chica sonriendo me respondió que pronto estaba por comenzar el show, pero que ellos acostumbraban a empezar el recital más tarde de lo citado. Todos estaban muy tranquilos charlando y disfrutando de la tarde.
De a poco el patio se fue llenando de gente, hasta que el lugar estaba repleto de personajes de toda índole. Altos y bajos, flacos y gordos, rubios y morochos, de traje y casuales. Un hermoso y sorprendente mestizaje abundaba. La noche empezaba a asomarse, estos muchachos no aparecían por ningún lado y yo que no sabía para donde mirar ya que seguía sin descubrir para donde quedaba el escenario.
Entonces, una ovación. Aplausos, gritos y cantos recibieron a la banda. Finalmente pude encontrar el lugar desde donde nos deleitarían con su música: la escalera central. La ancha y larga escalera que no conducía a ningún lado, cobijaba a los músicos listos para empezar. Dieciséis hombres se pararon con sus bombos de cara al público, formando un semicírculo. El restante, se posicionó dándonos la espalda, en el medio de ese semicírculo, es decir, mirando a sus compañeros. Y, tras un movimiento de este individuo, la música comenzó a brotar. Más tarde pude averiguar que este hombre de espaldas era Santiago Vázquez, quien coordinaba la banda.
Candombe, milonga, merengue y un sinfín de ritmos musicales salían de esos bombos. Le escuché decir por ahí a un entendido del tema, que cada uno de estos once integrantes contaba con un instrumento distinto. Nombres completamente raros y desconocidos para mí. “Guiro”,”Tambor repique”, “Tambor chico”, “Djembé”, “Bombo legüero” y muchos otros instrumentos que no pude descifrar. A pesar de la enorme variedad Santiago Vázquez lograba combinarlos todos para obtener un verdadero y perfecto sonido. A lo largo del show todos iban cambiando de instrumentos, algo que me llamó mucho la atención, ya que dominaban cada tambor, cada guiro, cada bombo con una facilidad digna de admiración.
Mi alegría, sorpresa y gratitud (hacía mi amigo que logró convencerme para que estuviera allí disfrutando de esta increíble fiesta) fueron inmensos y no podía sentirme más complacido. Luego de dos horas, el recital cerró con último abrazo entre ellos, signo del goce que sentían cada vez que ellos hacían esto.
Humildemente debo darle la razón a mi compadre que me había advertido sobre la magia, a vigorosidad y la fuerza del show que boquiabierto me ha dejado. Al ver ese cartel en la entrada, no entendí del todo a qué hacía referencia. Pero ahora, ya terminado el recital, puedo reafirmar que la Bomba de Tiempo es capaz de enseñarle a la música “el trance del ritmo en estado puro”.
Volviendo a las raíces
Subte. Línea D, estación “Plaza Italia”, 2:20 de la tarde. Subí las escaleras. Apenas logré asomar mis ojos por los barrotes de la boca de subte, un cartel inmenso decía: “Bienvenidos a la 34ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires”. Una vez más, me encontraba en el lugar de donde nunca debí haberme ido. La Rural, casi en su totalidad, era sede de este enorme acontecimiento
Como estudiante universitario, puedo acceder a la entrada de manera libre y gratuita. Una vez el hecho el canje, me acerqué a la puerta donde un señor de traje, muy elegante, controlaba que todos tuvieran sus entradas. Revisó la mía y haciéndome un gesto con su cabeza pude por fin, ingresar a la Feria. En la puerta, una alfombra roja me recibía como si yo fuese toda una celebridad. Como si el lector, al mejor estilo holiwoodense, fuese estrella y protagonista de esta 34ª edición.
Con la idea de caminar casi toda la tarde, traté de ir con el menor peso posible en mi mochila, pero algo era infaltable: el “librito” con la guía actividades que se realizaban a lo largo de toda la jornada, el Programa General. No sólo se llevaba a cabo la muestra y venta de libros de cada editorial, sino que también, un sinfín de actividades recreativas le daba color a esta nueva edición. Para mi sorpresa, en un apartado de este “librito”, leí algo que llamó notablemente mi atención: “Demográficamente, la feria cuenta con una superficie total de 45.000 metros cuadrados, distribuidos entre seis pabellones: Amarillo, Azul, Blanco, Ocre, Rojo, Verde y Pabellón 9 (Hall Central). Con el motivo de la utilización de todo el predio de La Rural, cuenta con un túnel techado que conectará el Pabellón Ocre con el Resto de los Pabellones. A su vez, existen quince salas, donde se llevarán a cabo las actividades aquí mencionadas.” En pocas palabras se el total del predio era monstruoso y emocionante a la vez.
Ingresé por el pabellón Ocre, destinado casi en su totalidad a las Salas de Conferencias donde se realizaban las ya clásicas narraciones para adultos, presentaciones de libros, charlas temáticas, y demás conferencias que tuvieron lugar en los 19 días de la Feria. Por mi parte, tuve la suerte de poder escuchar, en la sala “Rincón de Lectura” a Verónica García, Ernesto Vázquez y a Ana Padovani en la narración de seis cuentos, muy bien seleccionados, entre los cuales se encontraba por ejemplo el excelente Eso no es todo de Angélica Gorodischer. En ese mismo pabellón, en la sala “María Esther de Miguel”, pude concurrir a la presentación de una investigación coordinada por la Universidad Católica sobre los miedos de comunicación. Y por último fui a la presentación del libro “Nadie vio Matrix” de Walter Graciano en la sala “Domingo Faustino Sarmiento”.
Luego un pasillo largo, me condujo al Hall Central, donde dos inmensos stands (Grupo Clarín y La Nación) lo ocupaban todo. Seguí por una puerta, y ahora sí. Por fin entré en el Pabellón Verde. A mi izquierda, el Pabellón Amarillo y a mi derecha, el Pabellón Azul. Para donde mirara, se veían puestos. Editoriales, Universidades, Iglesias Evangélicas, puestos de provincias, de países, etc. No sabía por dónde empezar, qué libro ver, cuál editorial visitar, me sentía completamente perdido y desorientado. Me adentre por los corredores de la Feria. Las nociones de tiempo y de espacio caducaban allí. Los libros lograban trasportarlo a uno hacia otro mundo, un mundo de autores y títulos desconocidos; y entre tanta variedad algún Daniel Muchnik, algún Voltaire, lograban reconocerse entre el mar ignotos de obras literarias. Horas y horas pasaron y yo seguía metido esta nueva dimensión, de la que no podía escapar.
Otro elemento destacado de esta 34ª Edición era la enorme cantidad de personas que se acercaron. Allí no había distinciones, ni clases sociales, ni edades, ni nada. Todos amantes de la literatura. Debo reconocer que esto resultaba un poco incomodo a la hora de pasear, ver y comprar. Pero ni esto, ni nada, logró opacar la excelente distribución espacial de los puestos y el gran tamaño de cada uno de ellos.
Llegó la hora de irme, de volver a afrontarme con la fría realidad, dejando ese paraíso de los libros en stand-by hasta el próximo año. Es triste pensar en todo el tiempo que falta para que vuelva. Pero a la vez las ganas de volver el año que viene, me invitan a interiorizarme más aún en este universo literario. Debo decir que la 43ª Edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, ha vuelto a maravillarme.
Como estudiante universitario, puedo acceder a la entrada de manera libre y gratuita. Una vez el hecho el canje, me acerqué a la puerta donde un señor de traje, muy elegante, controlaba que todos tuvieran sus entradas. Revisó la mía y haciéndome un gesto con su cabeza pude por fin, ingresar a la Feria. En la puerta, una alfombra roja me recibía como si yo fuese toda una celebridad. Como si el lector, al mejor estilo holiwoodense, fuese estrella y protagonista de esta 34ª edición.
Con la idea de caminar casi toda la tarde, traté de ir con el menor peso posible en mi mochila, pero algo era infaltable: el “librito” con la guía actividades que se realizaban a lo largo de toda la jornada, el Programa General. No sólo se llevaba a cabo la muestra y venta de libros de cada editorial, sino que también, un sinfín de actividades recreativas le daba color a esta nueva edición. Para mi sorpresa, en un apartado de este “librito”, leí algo que llamó notablemente mi atención: “Demográficamente, la feria cuenta con una superficie total de 45.000 metros cuadrados, distribuidos entre seis pabellones: Amarillo, Azul, Blanco, Ocre, Rojo, Verde y Pabellón 9 (Hall Central). Con el motivo de la utilización de todo el predio de La Rural, cuenta con un túnel techado que conectará el Pabellón Ocre con el Resto de los Pabellones. A su vez, existen quince salas, donde se llevarán a cabo las actividades aquí mencionadas.” En pocas palabras se el total del predio era monstruoso y emocionante a la vez.
Ingresé por el pabellón Ocre, destinado casi en su totalidad a las Salas de Conferencias donde se realizaban las ya clásicas narraciones para adultos, presentaciones de libros, charlas temáticas, y demás conferencias que tuvieron lugar en los 19 días de la Feria. Por mi parte, tuve la suerte de poder escuchar, en la sala “Rincón de Lectura” a Verónica García, Ernesto Vázquez y a Ana Padovani en la narración de seis cuentos, muy bien seleccionados, entre los cuales se encontraba por ejemplo el excelente Eso no es todo de Angélica Gorodischer. En ese mismo pabellón, en la sala “María Esther de Miguel”, pude concurrir a la presentación de una investigación coordinada por la Universidad Católica sobre los miedos de comunicación. Y por último fui a la presentación del libro “Nadie vio Matrix” de Walter Graciano en la sala “Domingo Faustino Sarmiento”.
Luego un pasillo largo, me condujo al Hall Central, donde dos inmensos stands (Grupo Clarín y La Nación) lo ocupaban todo. Seguí por una puerta, y ahora sí. Por fin entré en el Pabellón Verde. A mi izquierda, el Pabellón Amarillo y a mi derecha, el Pabellón Azul. Para donde mirara, se veían puestos. Editoriales, Universidades, Iglesias Evangélicas, puestos de provincias, de países, etc. No sabía por dónde empezar, qué libro ver, cuál editorial visitar, me sentía completamente perdido y desorientado. Me adentre por los corredores de la Feria. Las nociones de tiempo y de espacio caducaban allí. Los libros lograban trasportarlo a uno hacia otro mundo, un mundo de autores y títulos desconocidos; y entre tanta variedad algún Daniel Muchnik, algún Voltaire, lograban reconocerse entre el mar ignotos de obras literarias. Horas y horas pasaron y yo seguía metido esta nueva dimensión, de la que no podía escapar.
Otro elemento destacado de esta 34ª Edición era la enorme cantidad de personas que se acercaron. Allí no había distinciones, ni clases sociales, ni edades, ni nada. Todos amantes de la literatura. Debo reconocer que esto resultaba un poco incomodo a la hora de pasear, ver y comprar. Pero ni esto, ni nada, logró opacar la excelente distribución espacial de los puestos y el gran tamaño de cada uno de ellos.
Llegó la hora de irme, de volver a afrontarme con la fría realidad, dejando ese paraíso de los libros en stand-by hasta el próximo año. Es triste pensar en todo el tiempo que falta para que vuelva. Pero a la vez las ganas de volver el año que viene, me invitan a interiorizarme más aún en este universo literario. Debo decir que la 43ª Edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, ha vuelto a maravillarme.
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