lunes, 18 de agosto de 2008

Volviendo a las raíces

Subte. Línea D, estación “Plaza Italia”, 2:20 de la tarde. Subí las escaleras. Apenas logré asomar mis ojos por los barrotes de la boca de subte, un cartel inmenso decía: “Bienvenidos a la 34ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires”. Una vez más, me encontraba en el lugar de donde nunca debí haberme ido. La Rural, casi en su totalidad, era sede de este enorme acontecimiento
Como estudiante universitario, puedo acceder a la entrada de manera libre y gratuita. Una vez el hecho el canje, me acerqué a la puerta donde un señor de traje, muy elegante, controlaba que todos tuvieran sus entradas. Revisó la mía y haciéndome un gesto con su cabeza pude por fin, ingresar a la Feria. En la puerta, una alfombra roja me recibía como si yo fuese toda una celebridad. Como si el lector, al mejor estilo holiwoodense, fuese estrella y protagonista de esta 34ª edición.
Con la idea de caminar casi toda la tarde, traté de ir con el menor peso posible en mi mochila, pero algo era infaltable: el “librito” con la guía actividades que se realizaban a lo largo de toda la jornada, el Programa General. No sólo se llevaba a cabo la muestra y venta de libros de cada editorial, sino que también, un sinfín de actividades recreativas le daba color a esta nueva edición. Para mi sorpresa, en un apartado de este “librito”, leí algo que llamó notablemente mi atención: “Demográficamente, la feria cuenta con una superficie total de 45.000 metros cuadrados, distribuidos entre seis pabellones: Amarillo, Azul, Blanco, Ocre, Rojo, Verde y Pabellón 9 (Hall Central). Con el motivo de la utilización de todo el predio de La Rural, cuenta con un túnel techado que conectará el Pabellón Ocre con el Resto de los Pabellones. A su vez, existen quince salas, donde se llevarán a cabo las actividades aquí mencionadas.” En pocas palabras se el total del predio era monstruoso y emocionante a la vez.
Ingresé por el pabellón Ocre, destinado casi en su totalidad a las Salas de Conferencias donde se realizaban las ya clásicas narraciones para adultos, presentaciones de libros, charlas temáticas, y demás conferencias que tuvieron lugar en los 19 días de la Feria. Por mi parte, tuve la suerte de poder escuchar, en la sala “Rincón de Lectura” a Verónica García, Ernesto Vázquez y a Ana Padovani en la narración de seis cuentos, muy bien seleccionados, entre los cuales se encontraba por ejemplo el excelente Eso no es todo de Angélica Gorodischer. En ese mismo pabellón, en la sala “María Esther de Miguel”, pude concurrir a la presentación de una investigación coordinada por la Universidad Católica sobre los miedos de comunicación. Y por último fui a la presentación del libro “Nadie vio Matrix” de Walter Graciano en la sala “Domingo Faustino Sarmiento”.
Luego un pasillo largo, me condujo al Hall Central, donde dos inmensos stands (Grupo Clarín y La Nación) lo ocupaban todo. Seguí por una puerta, y ahora sí. Por fin entré en el Pabellón Verde. A mi izquierda, el Pabellón Amarillo y a mi derecha, el Pabellón Azul. Para donde mirara, se veían puestos. Editoriales, Universidades, Iglesias Evangélicas, puestos de provincias, de países, etc. No sabía por dónde empezar, qué libro ver, cuál editorial visitar, me sentía completamente perdido y desorientado. Me adentre por los corredores de la Feria. Las nociones de tiempo y de espacio caducaban allí. Los libros lograban trasportarlo a uno hacia otro mundo, un mundo de autores y títulos desconocidos; y entre tanta variedad algún Daniel Muchnik, algún Voltaire, lograban reconocerse entre el mar ignotos de obras literarias. Horas y horas pasaron y yo seguía metido esta nueva dimensión, de la que no podía escapar.
Otro elemento destacado de esta 34ª Edición era la enorme cantidad de personas que se acercaron. Allí no había distinciones, ni clases sociales, ni edades, ni nada. Todos amantes de la literatura. Debo reconocer que esto resultaba un poco incomodo a la hora de pasear, ver y comprar. Pero ni esto, ni nada, logró opacar la excelente distribución espacial de los puestos y el gran tamaño de cada uno de ellos.
Llegó la hora de irme, de volver a afrontarme con la fría realidad, dejando ese paraíso de los libros en stand-by hasta el próximo año. Es triste pensar en todo el tiempo que falta para que vuelva. Pero a la vez las ganas de volver el año que viene, me invitan a interiorizarme más aún en este universo literario. Debo decir que la 43ª Edición de la Feria del Libro de Buenos Aires, ha vuelto a maravillarme.

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