“PALAISE DE GLACE”, un cartel inmenso orientó mi despistada y desconcertada búsqueda de algo distinto, de algo que me renovara. Había leído en el diario de la fecha sobre una muestra fotográfica que allí se realizaba. Decidí entrar. Una mujer vestida de pantalón negro y de campera bordeaux que tenía grabada la palabra “SEGURIDAD”, me invita a pasar, a que deje mi enorme y sospechosa mochila en el vestidor y me indica exactamente donde se encontraba la muestra. El primer piso.
Subí las escaleras y llegué. Un inmenso salón se hallaba frente a mis ojos. En el medio, un balcón que daba a otra exhibición en la planta baja del edificio, y a su alrededor, sobre las paredes, un sinfín de fotos ordenadas toas de manera bastante simétrica: columna – foto grande – columna - foto chica – columna - foto grande – columna - foto chica, y así sucesivamente.
Una música armoniosa de fondo, mostraba la pasividad y tranquilidad de la muestra. No así ocurría con las fotografías. Cada una de ellas tenía una vigorosidad, una fuerza realmente impresionante. Sus colores, o la falta de ellos, sus tamaños, sus marcos, o su ausencia (porque no es lo mismo un marco de color negro o uno de color blanco, uno de madera, que uno de metal, o uno con vidrio que cubra la foto que otro sin él), sus representaciones, sus historias, si vida. Todos y cada uno dignos de admiración, a pesar que mi conocimiento sobre el tema sea la misma que la de un niño sobre las composiciones anatómicas sobre los elementos.
La gente, por más escasa que era, se movían de un lado para el otro, haciendo notar su presencia. Algunos caminaban bastante rápido, como si algo los apurase, sin detenerse en observar la historia particular de cada fotografía. Incapaces de ver más allá solo podían quedarse con lo superfluo, lo meramente estético. Mientras que otros, se pasaban largos minutos frente a una sola foto, inspeccionándola minuciosamente, como si detrás de ella existiera un mundo al cual jamás podría acceder y cuya única forma de acercarse a esa otra dimensión es a través de la fotografía. Por último un guardia que recorría toda la exposición y que particularmente seguía mis pasos y con frecuencia me lo encontraba detrás de mi espalda. No quise indagar el motivo de su constante persecución hacia mi persona y seguí en mi camino.
Caminé, caminé y caminé. Una y otra vez miraba las fotografías buscando algo que llamara significativamente mi atención. Y entonces la vi. Una fotografía de Yanina M. García que no tenía título, pero que aclaraba que era de la colección “Familia”. Una familia entera durmiendo al lado de la pileta en lo que daba a entender que era su country. Ah, por poco me olvidaba, la foto era de 1997. Y fue ahí cuando lo comprendí todo. Era el mero reflejo de la clase media argentina durante la década de los noventa, mostrado en esta familia tirada en las comodidades de su casa-quinta. Como todos gozaban y dormían en las ventajas que esa época les otorgaba mientras la economía argentina, más bien el país entero se iba a pique.
Habiendo encontrado la fotografía más expresiva de todas, y ya cansado de jugar al crítico de imagen me dirigía la salida, donde la mujer de la campera de SEGURIDAD me devolvió mi mochila y me abrió la puerta muy amablemente, con una enorme sonrisa.
lunes, 18 de agosto de 2008
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