¿Qué otro nombre adjudicarle a este grupo de músicos que con tan sólo señas, gestos y miradas logran generara con sus tambores un sonido capaz de hacer bailar a cualquiera que logre escucharlos? Su nombre es La bomba de Tiempo y tocan todos los lunes a las 19:00 horas en la Ciudad Cultural Konex. Por fortuna, tuve el grato agrado de poder conocerlos y escucharlos en vivo.
Había escuchado hablar de ellos por un amigo que ya los conocía y me recomendó, me obligó podría decirse a que fuera a verlos. Al siguiente lunes, siguiendo con la “imposición” de mi allegado, me dirigí a Sarmiento 3131, donde una “K” enorme me recibía indicando que había llegado a destino. A un costado, bastante más chica que la letra, un afiche decía “la BOMBA de Tiempo. El trance del ritmo en estado puro”. Y ahora sí, las ganas por ver a esta tan enigmática como aclamada banda se despertaban en mí, generando c que mi piel se erizara, símbolo del nerviosismo y la impaciencia que me invadía.
A las 19:10 horas me encontraba en el patio central de la Ciudad Cultural Konex. Una gran escalera se ubicaba en el centro del patio. Sorprendentemente, no había ningún cable, micrófono o parlante, que indicara el lugar del escenario. Pareciera como si nada extraño fuese a suceder en esa tarde. Empecé a impacientarme y pregunté si estaba en lugar correcto. Una chica sonriendo me respondió que pronto estaba por comenzar el show, pero que ellos acostumbraban a empezar el recital más tarde de lo citado. Todos estaban muy tranquilos charlando y disfrutando de la tarde.
De a poco el patio se fue llenando de gente, hasta que el lugar estaba repleto de personajes de toda índole. Altos y bajos, flacos y gordos, rubios y morochos, de traje y casuales. Un hermoso y sorprendente mestizaje abundaba. La noche empezaba a asomarse, estos muchachos no aparecían por ningún lado y yo que no sabía para donde mirar ya que seguía sin descubrir para donde quedaba el escenario.
Entonces, una ovación. Aplausos, gritos y cantos recibieron a la banda. Finalmente pude encontrar el lugar desde donde nos deleitarían con su música: la escalera central. La ancha y larga escalera que no conducía a ningún lado, cobijaba a los músicos listos para empezar. Dieciséis hombres se pararon con sus bombos de cara al público, formando un semicírculo. El restante, se posicionó dándonos la espalda, en el medio de ese semicírculo, es decir, mirando a sus compañeros. Y, tras un movimiento de este individuo, la música comenzó a brotar. Más tarde pude averiguar que este hombre de espaldas era Santiago Vázquez, quien coordinaba la banda.
Candombe, milonga, merengue y un sinfín de ritmos musicales salían de esos bombos. Le escuché decir por ahí a un entendido del tema, que cada uno de estos once integrantes contaba con un instrumento distinto. Nombres completamente raros y desconocidos para mí. “Guiro”,”Tambor repique”, “Tambor chico”, “Djembé”, “Bombo legüero” y muchos otros instrumentos que no pude descifrar. A pesar de la enorme variedad Santiago Vázquez lograba combinarlos todos para obtener un verdadero y perfecto sonido. A lo largo del show todos iban cambiando de instrumentos, algo que me llamó mucho la atención, ya que dominaban cada tambor, cada guiro, cada bombo con una facilidad digna de admiración.
Mi alegría, sorpresa y gratitud (hacía mi amigo que logró convencerme para que estuviera allí disfrutando de esta increíble fiesta) fueron inmensos y no podía sentirme más complacido. Luego de dos horas, el recital cerró con último abrazo entre ellos, signo del goce que sentían cada vez que ellos hacían esto.
Humildemente debo darle la razón a mi compadre que me había advertido sobre la magia, a vigorosidad y la fuerza del show que boquiabierto me ha dejado. Al ver ese cartel en la entrada, no entendí del todo a qué hacía referencia. Pero ahora, ya terminado el recital, puedo reafirmar que la Bomba de Tiempo es capaz de enseñarle a la música “el trance del ritmo en estado puro”.
lunes, 18 de agosto de 2008
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