lunes, 18 de agosto de 2008

Sin vuelta atrás

Por fin llegamos, después de largas horas de viaje en micro, aquí estamos. Formosa. ¡Qué hermosa que sos! Pero esta vez, no son tus ríos, arroyos o lagos, ni tus parques, selvas o praderas. No, nada de eso me trajo hasta aquí. Un pueblito muy chiquito, bien al norte es lo me tiene sobre tus tierras. Ni siquiera la gran Clorinda, que por la zona se encuentra. “Colonia La Primavera” o “Nainek” como verdaderamente la denominaron los primeros integrantes de la Comunidad Toba que allí se asienta. Pero tampoco es la zona geográfica en sí lo que me moviliza, sino, la gente que en ella habita. Algunos ignorantes, después de quinientos años, todavía se atreven a llamarlos “indios”. ¡Qué ingenuos! ¡Qué ingratos! Allí en Nainek vive una comunidad aborigen toba, desde el origen de todos los tiempos, cuando “el Hombre y la Pachamama eran uno sólo” (así suelen contarme). Son ellos los que año tras año me “obligan” a visitar estas tierras.
El camino es de tierra y el sol pega fuerte. Pero nada de eso impide nuestro asentamiento en la “Escuela 308”, donde realizamos anualmente nuestras actividades. La directora nos recibe con una cálida bienvenida y nos dice que ya es un poco tarde y que recién mañana los chicos vendrán a la escuela. Para que se entienda un poco mejor, es necesario que haga una aclaración: este viaje tiene como objetivo principal el trabajo con los chicos, principalmente el juego con ellos. Poder devolverle, en esta pequeñísima y escasa semana, un poco de la infancia que les fue robada. Nosotros no venimos a traerles ni juguetes, ni ropa ni nada. Alguno que otro podrá decir esto que hacemos es completamente insignificante, ya que las necesidades son primordialmente materiales Pero nosotros estamos convencidos, que suficiente han tenido ya con los punteros políticos, que tanto los han humillado y manoseado. Lo nuestro es otra cosa. Es el trabajo y el encuentro personal, cara a cara, sin “canasta familiares” o “planes de familia” de por medio.
Al día siguiente, como bien nos advirtió la directora, los chicos llegaron temprano al colegio. Su sorpresa al vernos es enorme. Especialmente por nuestras narices de payasos, y caras pintarrajeadas. Una sonrisa ilumina sus caras. ¡Cómo extrañaba esas caritas! ¡Y qué grandes que estaban algunos! Una vez más volví a descubrirme en sus miradas, en su pelo, en sus manitas y en sus sonrisas. Cómo olvidarlos, si son ellos los que han marcado mi vida para siempre. Otra vez estaba en el lugar en el que debía estar, del cual nunca debí haberme ido.
Comenzamos con canciones, como era habitual. Mi sorpresa es enorme, ¡algunos chicos todavía las recordaban! “El gusanito”, “la casita”, “la china”. Y con el pasar del tiempo y de los cantos, los más tímidos se van soltando, y los más grandes empiezan a ayudarnos en le animación de la ronda. De repente, un o de los animadores invita a todos a que cantáramos la “canción del pollo”. Entonces, algo mágico sucede: los chicos empiezan a cantarla en toba. Todos juntos y al sonido unificado de una sola voz, se les escucha decir “…Olega, olega, olega ole olchié. Olega ole chiá. Olega ole…”. Nuestro asombro es incalculable. Me cuesta poder expresar con palabras esto que está pasando. Lo que si puedo decir, es que estoy en condiciones de afirmar que mis sentimientos se asemejan mucho a aquello que se conoce como felicidad. ¡Ya está! Objetivo más que cumplido. Pudimos dejar ese recuerdo, ese mensaje en sus corazoncitos. Así se debe haber sentido el principito al saber que se había ganado el corazón del zorro que nunca iba a volver a ver.
Los días van pasando y las sorpresas siguen llegando. A través de una “mancha” de una “carrera”, de una “soga” encontramos un canal que compartimos íntegramente y por el cual la comunicación logra ser pura. Es el anteúltimo día y Félix nos invitó a pasar el día a su casa. Jamás dejo de asombrarme con este hombre. Su paz, su fuerza, su sencillez, su pobreza y su grandeza a la vez. Nos cuenta mil y una historias de vida, de cómo están siendo explotados, y del trabajo constante que está realizando. ¿Cómo hace un hombre para seguir habiéndosele muerto un hijo en brazos por tuberculosis, una enfermada que hoy en día es fácilmente tratable? ¿De dónde saca la fuerza este hombre? ¿Y qué hago yo ahora? Estas y muchas otras preguntas rondan en mi cabeza sin encontrar respuesta alguna.
Es sábado. Y si. El momento tenía que llegar, tarde o temprano esto iba a pasar. Es necesario emprender el regreso a nuestras casas. ¡Qué chica que queda una semana dentro del año! Esto nos pasa una y otra vez. Los deseos de quedarnos son inmensos pero, a la vez no podemos abandonar todo lo que tenemos en nuestros hogares así como así. Pero tampoco creo que sea tan necesario volver. Finalmente me dejo llevar por mis coordinadores y emprendo, otra vez la angustiosa vuelta.
No sé qué me depara el futuro, qué es lo que vendrá o si estaré listo o no a enfrentarlo. Sólo se que este viaje no es un viajesucho cualquiera, en el que el “contacto con otras culturas” es el factor predominante. No. Esto es otra cosa. Es un cambio radical. Nunca voy a volver a ser el mismo. Una semana, nada más ni nada menos. Sé que es poco tiempo, insignificante tal vez. Pero también sé que esa semana, ha cambiado mi vida para siempre.

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